NUESTRO PODEROSO DIOS

 

La existencia de Dios

 

Las «pruebas» que aduce la teología natural como evidencia de la existencia de Dios son inte­resantes e importantes en su debido lugar, pero las Escrituras no argumentan nunca sobre esto, sino que dan por sentado el gran Hecho, y empie­zan con la sublime declaración: «En el princi­pio... DIOS...». Los hombres, limitados en sus co­nocimientos y en su capacidad, no disponen de medios para contestar adecuadamente a la pre­gunta: «¿Existe Dios?», y les conviene preguntar con humildad de corazón: «¿Ha hablado Dios?» Esto permite que Dios se revele, y la naturaleza de su revelación demuestra que es divina, y nos trae al corazón la profunda convicción de que Dios existe.

 

La naturaleza de Dios

 

El mismo Señor Jesús nos dio a conocer el he­cho fundamental de la naturaleza de Dios al de­clarar a la mujer samaritana: «Dios es Espíritu» (Jn. 4:24). Es decir, no está sujeto a lo mate­rial ni a lo temporal: elementos que hallan en él su origen. Cuando los escritores inspirados del Antiguo Testamento hablan del «brazo de Jehová», hemos de entender, desde luego, que em­plean una figura material para ayudar a nuestra pobre y limitada comprensión, y que el «brazo» equivale a la poderosa operación de Dios, etcéte­ra.

 

Dios es Eterno, sin principio ni fin, cuya ex­plicación se halla sólo en su misma Persona, sin referencia a ninguna causa anterior: «Yo soy el que soy» (Ex. 3:14).

 

Juan declara, además, que «Dios es Luz» (1 Jn. 1:5), expresión que incluye todos los atributos de perfección moral, tales como la pureza, la santidad, la justicia, y todo en grado infinito. La mayor gloria de la revelación cristiana se halla en otra declaración del mismo apóstol: «Dios es Amor» (1 Jn. 4:8 y 16), y el amor es la fuente y origen de toda Su obra de redención. Dios es omnisciente porque nada se le esconde del pasado, presente o del porvenir, y omnipre­sente porque está en todas partes (Sal. 139:1-12; He. 4:13).

 

También es omnipotente porque la ope­ración de Su potencia no conoce límites externos a sí mismo; pero, desde luego. Dios ha de ser fiel a Su propia naturaleza, y no puede obrar arbitra­riamente. Los hombres preguntan: «Si Dios es omnipotente, ¿por qué no interviene para impe­dir las guerras, los desastres, etc.?» La interven­ción directa de Dios en justicia supone el juicio sobre los rebeldes, y los mismos desastres permi­tidos son, a menudo, un medio de misericordia para quitar del hombre su confianza carnal y ha­cerle buscar el bien en Dios.

 

Dios es el Creador

 

«En el principio creó Dios los cielos y la tierra» (Gn. 1:1). «Por la fe entendemos haber sido constituido el universo por la palabra de Dios, de modo que lo que se ve fue hecho de lo que no se veía» (He. 11:3; Ap. 4:11, etc.). Pudo haber em­pleado medios y métodos dentro de los cuales cabe algo de lo que dicen los científicos, pero lo esencial es que nada existe fuera de Él, y que tan­to el mundo material inorgánico, como el mundo vegetal y animal son obra de Sus manos. El hom­bre (capítulo 5) fue una creación especial a la imagen de Dios, destinado a ser cabeza de la creación material.

 

La providencia de Dios

 

Este es un tema muy amplio, y dentro de estas notas no podemos adelantar más que unas ideas muy elementales sobre Él. Significa que Dios sos­tiene y gobierna el mundo que Él ha creado, y esto incluye las actividades de los hombres. Dios no es responsable del pecado, que se introdujo en este mundo por la mala elección de Adán (Ro. 5:12), pero ordena las consecuencias de las obras malvadas de los hombres para adelantar Su plan en orden al mundo (Hch. 2:23; 4:28; Sal. 135:6; Dn. 4:32; Jer. 27:5).

 

La Santa Trinidad

 

La palabra «Trinidad» no se halla en la Biblia, pero eso no quiere decir que sea un mero término teológico. Se deduce claramente de las Escrituras que Dios es UNO en esencia y sustancia, al par que existe en tres Personas distintas desde la Eternidad: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Hay un indicio de esta misteriosa «pluralidad en la unidad» en la palabra hebrea Elohim, traduci­da por «Dios» (Gn. 1:1, etc.), que es un sustantivo plural empleado con el verbo en singular.

 

Pero hallamos el pleno desarrollo de la doctrina en las palabras del mismo Señor. Si consideramos Su discurso en el cenáculo (Jn. caps. 14 a 16) vemos que habla de «ir al Padre» y de «rogar al Padre», al mismo tiempo que declara a Felipe que cual­quiera que le ha visto a Él ha visto al Padre tam­bién. Si a estas declaraciones añadimos la de Juan 10:30, vemos que hay igualdad de esencia con una distinción de Personas. En el mismo pa­saje, Cristo anuncia la venida del Espíritu Santo en términos que subrayan tanto Su deidad como Su personalidad. La «fórmula bautismal» de Ma­teo 28:19 implica lo mismo, ya que hay un «Nombre», pero es el del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. De las personas del Hijo y del Es­píritu Santo tendremos más que decir en otros estudios, pero es importante comprender desde ahora que esta «Trinidad en la unidad» no se ini­ció con la encarnación, sino que existía desde toda la eternidad (Jn. 1:1; Gn. 1:2; etc.).